En muchas de las ciudades mayas, el juego de pelota se hallaba en la explanada principal o cerca de ella. Se componía de una especie de callejón entre dos elevaciones de paredes verticales o inclinadas. Tenía el conjunto la forma de dos letras T unidas por la base. En lo alto de los muros laterales se fijaban dos anillos de piedra o madera, uno en cada lado del campo. El propósito del juego era introducir una pelota de hule por el anillo, haciéndose mucho más difícil la maniobra porque los jugadores, dos o tres por bando, solo podían impulsar la pelota mediante golpes de rodillas o caderas.
Los primeros cronistas españoles no
dejaron una relación del juego entre los mayas, pero quienes lo presenciaron en
los aztecas se asombraron de ver la velocidad con la que jugaban, ya que, a
juzgar por sus descripciones, era un deporte tan rápido como el hockey sobre
hielo. No era raro que uno de los jugadores se desplomara exhausto.
Era tan difícil hacer pasar la pelota
por el angosto anillo, que el jugador que lo conseguía reclamaba para sí las
ropas y las pertenencias de todos los espectadores.
Entre los aztecas (y es presumible que
también entre los mayas) se cruzaban grandes apuestas sobre el resultado de
algún juego de importancia.
Aparte de su aspecto deportivo, también
tenía un significado religioso. Los jugadores aztecas acostumbraban a pasar en
vela la noche anterior a un juego de importancia, orando a los dioses para que
les concedieran la victoria.
Arqueología maya, 1963
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